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PRIMER ESPECIALISTA

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Imposible hacer el tratamiento

La relación se fue afianzando. Se fortaleció a pesar de la distancia. Un par de discusiones por ahí, pero nada importante. Entonces, tomamos la decisión de ir a visitar al ginecólogo. Nos explicó que existen varios métodos entre ellos: la inseminación artificial intrauterina y la fecundación in vitro, pero que, por mi edad, el método más recomendado es el segundo.

Que el precio sólo del tratamiento superaría los ocho mil dólares, más la medicina que debíamos comprar. En total superarían unos 15 mil dólares.

Salí completamente desilusionada del consultorio. Imposible asumir esos costos. Yo sin trabajo y sin un ingreso fijo era absurdo solo de pensarlo.

Separados

Al fin conseguí trabajo en una universidad.  Estaba feliz. Después de tanto tiempo sin que salga nada, encontrar uno, era una bendición. El único detalle: que era en Loja. Ante las circunstancias, no me quedaba otra que organizar el viaje y regresar a mi ciudad natal.

Para mantener la chispa del amor. Nos veíamos cada 15 días. Viajaba 12 horas para encontrarnos. Su primo lo molestaba argumentaba: “Primito sí te quiere por que pegarse semejante viaje, es porque está enamorada”. Y claro que estaba enamorada y cansada también, pero no había cabida a las quejas. Estar con él compensaba cualquier sacrificio.

Sin sueldo

Me gustaba ser docente e impartir clases, aunque el ambiente era hostil. La universidad estaba intervenida por el Estado. Ingresé a trabajar con el rector que puso resistencia ante los objetivos políticos del gobierno de turno.

Ingresé a un grupo de lectura donde practicábamos sobre las lecturas hecha en el mes y por supuesto, el libro seleccionado para leerlo. Eso, y estar con mi familia en algo compensaba el ambiente laboral. Pasaba entretenida y la distancia, en la relación, no se volvió un monstruo de cien cabezas.

Pero no me pagaban a pesar del contrato firmado y legalizado. Así pasaron un par de meses. Había la esperanza de que, tarde o temprano, me paguen. Además, no me quedaba otra. No tenía otra alternativa y debía permanecer ahí.

Controles rutinarios

Desde hace varios años atrás había tomado la costumbre de hacerme cada año los exámenes de Papanicolau. En esa ocasión, antes de iniciar un tratamiento el doctor me envío a hacerme una prueba de sangre para descartar o no un embarazo.

Salí del consultorio asegurando que no, que es imposible, pero con todo me lo haría.  Cuando le entregué los resultados argumentó:

  • Usted está embarazada.

  • Imposible doctor.

  • El examen de sangre no falla.

No lo podía creer. Estaba embarazada. No tuve que hacer tratamiento. Me había ahorrado full dinero. Nunca había llorado tanto de felicidad. Agradecí a Dios por la inmensa dicha. Por el milagro que había hecho en mí.

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Vamos a ser papás

Aprovechando un feriado, armé viaje a Baños para vernos y contarle que vamos a ser papás. Tampoco lo podía creer. Desbordábamos de alegría. Fue un momento maravilloso.

Regresé a Loja y les comenté a mis papás quienes tomaron la noticia de lo más tranquilos. Sabía de la existencia de mi pareja, pero no lo conocían.

Me recomendaron cuidarme. Así que cogí cita con un ginecólogo. Me hizo el eco respectivo. En la pantalla del monitor se reflejaba la criaturita: un porotito chiquito. Se veía su cabecita toda redonda y el cuerpito como una cola. Escuché sus latidos. Se me enlagunaron los ojos. Llegue a casa a “conversar” con él­:

Oh pequeñito mío.

Hoy, por primera vez escuché tus latidos.

Que se alinearon a los míos.

Nuestros corazones laten al mismo compás.

No tienes idea lo dichosa que me siento.

Yo seré tú mama y tú mi hijo.

Pronto nos conoceremos pequeñito mío.

 

Ya no lo siento

Desde aquel instante sentí una paz única en mi alma. Cuando de repente, dejé de sentirme embarazada. No tuve sangrado o algún síntoma. Solo dejé de sentirme embarazada. Volví al doctor. Me acompañó mi mamá. Me hizo el eco y en la pantalla del monitor había una cosa amorfa. Los latidos del corazón ya no se escuchaban.

  • ¿De cuantas semanas estaba?

  • De 7 doctor. ¿Estaba?

  • Si, estaba. Dejó de crecer. Se interrumpió el embarazo.

Se programó un legrado. Mi mente bloqueó ese instante. Lo único que recuerdo es que estaba en la camilla, ya había salido del quirófano. La temperatura se me bajó y tiritaba de frío. Temblaba y temblaba. No fueron suficientes las dos colchas que me trajeron. Creo que buscaron una calefacción externa.

Mi mente bloqueó el momento -asumo que es parte de la coraza que las mujeres desarrollamos cuando atravesamos experiencias como esas-.

Entierro simbólico

Mi pareja armó viaje desde la Amazonía a Loja. No pudo estar presente en el legrado. Su presencia era imprescindible en los días posteriores. Cuando al fin llegó, no atinaba con las palabras de consuelo. Nos fundimos en un abrazo sempiterno. 

  • ¿Qué quieres que hagamos?

  • Hay que enterrarlo.

  • Pero no se formó el cuerpito.

  • No importa, que sea un entierro simbólico.

  • Está bien, lo que tú digas, mi vida.

Olvidé que objeto usé para el entierro. -Como digo, la mente es tan poderosa que ciertos momentos de la vida los bloquea para no lastimarnos-. Solo recuerdo que estábamos en el cementerio, al pie de un árbol y enterramos aquel objeto. Lloré tanto que sentía que era yo la que estaba enterrándome.

Estaba tan sumida en mi dolor que pasé por alto que era la primera vez que mi familia conocían a mi pareja.

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LA ODISEA EN TRATAMIENTOS Y MÉTODOS

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Brucelosis vs Lupus
A partir del embarazo mal logrado, empezaron los chequeos. Consultas y exámenes médicos se volvieron parte de mi diario vivir.
Se descartó que tenga Lupus. Concluyeron que tenía Brucelosis enfermedad contagiada por animales bovinos, como vacas, que en las mujeres puede causar abortos o complicaciones en el embarazo.


Imanes vs Shaman
Independientemente del tratamiento para la brucelosis empecé unas sesiones de imanes. Iba todas las tardes, luego de la universidad, con mi mamá al local de un enfermero que tenía el negocio en su propia casa. Había adaptado un espacio para brindar el servicio. El local siempre estaba lleno. Mi mamá también lo hacía para sus dolencias. Debíamos esperar un par de minutos para nuestros turnos.
Me recostaba en la camilla y luego me colocaba los imanes sujetos con correas. Los ubicaba en todo mi cuerpo, especialmente en el vientre. Ahí permanecía por un par de minutos hasta que la energía magnética haga su efecto. Me aseguraba que iba a tener gemelos cuando termine las sesiones. Alimentaba mi esperanza.
Luego, empecé otro “tratamiento” con un shaman en la provincia vecina Zamora Chinchipe. El recorrido duraba más o menos una hora y media. Viajábamos con mis papás, hermanos y cuñadas. Aprovechábamos todos el viaje. Estaba dispuesta a hacerme lo que ayude a conseguir mi sueño. Este método consistía en unas ventosas que “aparentemente” colocaban los órganos internos en su lugar.
-Me sometía a estos procedimientos a pesar que sabía que eran placebos- Prefería creerlos y seguir guardando la ilusión antes que descartar el deseo de ser madre-.


Virgencitas de la Esperanza
En mis plegarias pedía ser madre. Sabía que debía completar la súplica con: “si no es así, dame la fortaleza para aceptar tu voluntad”. Pero no podía. Todavía guardaba esperanza. Entonces, entendí que me faltaba implorarle a la Virgencita, justamente de la Esperanza. Compré dos. Una para Loja y otra para Quito. Quería que su luz me guíe en donde quiera que esté. Siempre le prendía una velita. Las compré con el dinero de la venta de la alianza del compromiso anterior. Mi madre había conservado el anillo entre sus joyas. No dude un solo minuto en deshacerme del objeto. Lo hice como un ritual de desatar, de soltar, de dejar ir…

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De regreso a Quito
A pesar de haber trabajado varios meses en la universidad, nunca me pagaron. Decidí; mejor dicho, decidimos que regresaría a Quito con el anhelo de que algo saldrá. Y efectivamente así sucedió. Pasaron un par de meses hasta que ingresé a un instituto de educación técnica y tecnológica impartiendo clases de Lenguaje y gestionando la comunicación de la casa de estudio.


No les queda mucho tiempo
Integrada y acoplada en el instituto empecé a hacer nuevas amistades. Un día, en uno de los almuerzos saltó la pregunta si deseamos ser madres. La interrogante estaba dirigida a mí y a la tocaya ya que nos faltaba poco para cumplir cuarenta. Ambas contestamos que sí, sin dar mayor detalle de nuestro sentir ni pensar. Uno de ellos nos respondió: “Qué esperan, apuren, apuren que ya no les queda mucho tiempo”.
-Para la sociedad es tan fácil demandar, cuestionar y exigir. No saben por lo que pasamos las mujeres que deseamos ser madres y no lo conseguimos. Nuestra desesperación es tal que puede llegar a la depresión si no la tratamos a tiempo-.
De regreso al trabajo, pudimos conversar con mi tocaya con más tranquilidad y con la reserva del caso. Me contó que ya había tenido una pérdida. Que estuvo súper mal a punto de morirse pero que sí desea ser madre.


Nuevo especialista
Con trabajo estable, la situación cambió radicalmente. Buscamos especialista para iniciar el tratamiento. El ginecólogo de Loja nos recomendó uno en la capital. Acudimos a él sin pensarlo. Nos generó muchísima confianza. Descartamos al primero.
Otra vez, nuevos exámenes, nuevos especialistas. -De hecho, conocí especialidades que ni siquiera sabía que existían: endocrinólogo, hematólogo, reumatóloga, infectólogo-.


Espermatograma
Con cada especialista se fue descartando o realizando tratamientos para quedar en óptimas condiciones para el procedimiento in vitro. Mi pareja solo tuvo que hacerse el espermatograma o recuento de espermatozoides para determinar la cantidad y calidad del semen.
Era un tema preocupante que no lo habíamos pensado. Podría ser infértil. Era un escenario posible. Nos conocimos cuando teníamos 38 años y no había sido papá ni vivido una experiencia de aborto con sus parejas. Por suerte, el resultado fue negativo. Se encendió la luz verde para continuar.

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