INTENTOS FALLIDOS

Ovodonación
Por mis condiciones, mi tratamiento consistió en tomar una serie de pastillas. Unas cinco diarias aproximadamente, aplicación de óvulos intravaginales. Adicional, mantener una dieta saludable, beber mucha agua y no subir de peso.
La única alternativa, por mi edad, fue iniciar el tratamiento con óvulo donado u ovodonación. Acepté sin mayores miramientos. No quise ahondar en el tema. Es decir, no me atormenté pensando en la donante, cuáles serán sus raíces -igual por ética profesional jamás nos conoceríamos-. O abrumarme ya que mi hijo no tendría mi sangre etc. etc. Al fin y al cabo, sería un secreto entre el doctor, mi pareja y yo. Acordamos no decirlo a nadie y avanzar. La única condición que exigí fue que tenga mis características físicas.
La donante también tenía que someterse a una serie de procedimientos hasta lograr abstraerle los óvulos en perfectas condiciones. Congelarlo para la posterior fecundación en laboratorio.
Dinero y más dinero
Para el pago de los honorarios del doctor, mi pareja tuvo que realizar un préstamo quirografario. Yo recurrí a mis ahorros -de lo que aún tenía de mi frustrado viaje a Francia- y del sueldo acumulado de la universidad que justo me había pagado - ese dinerito me cayó como anillo al dedo-.
Adicional al tratamiento, nos recomendaron afiliarme a un seguro privado para que cubran ciertos gastos. Escogimos uno que resguarde el embarazo y el parto. En cualquier de los dos casos, teníamos un tope.
Transferencia embrionaria
Acordamos el día y la hora para proceder con la transferencia embrionaria. Cada detalle, cada movimiento se inmortalizaron en mi mente.
Antes de la intervención, el doctor me indicó el busto de la Virgencita del Cisne -fue una señal-. Me pongo la bata quirúrgica y elevo mis oraciones al cielo. Lo hago con fe, con devoción.
Recostada con las piernas abiertas proceden, con los instrumentos apropiados, a la transferencia. Veo todo en el monitor.
Mi pareja ve desde la esquina. La enfermera lo llama. No quiere hacerlo. Le insiste que venga. Está nervioso me di cuenta cuando me dio la mano sudadita. Increíblemente yo estaba tranquila. Confiada en la virgencita.
La intervención demoró un par de minutos. El doctor me prohibió las gradas y me recomendó reposo, especialmente en las tres primeras semanas.
Recostada
Cumplí estrictamente el descanso obligatorio. No salí para nada del departamento. Mi mamá y pareja llegaron para atenderme. Me pasaban todo al dormitorio. No me dejaban ir ni a la cocina. Pasaba todo el día en la cama.
Jamás me imaginé que el reposo sería tan duro. Recostada en el día y la noche. -Asumo que exageramos en los cuidados- que, aunque tedioso la esperanza y el deseo eran superiores a cualquier sacrificio que se requiera.
Embarazada
Luego del reposo tuve que hacerme los exámenes para confirmarme que esté embarazada y determinen el número de las semanas. Le envíe los resultados al Dr. al poco tiempo me llamó a felicitarme.
- Felicidades Karlita, usted está embarazada.
- Gracias a Dios bendito.
Inmediatamente, llamé a mi pareja y le di la buena noticia. Estaba recontra emocionado.
- Lo conseguimos mi amor.
- ¡Qué felicidad tan grande!
Implantación fallida
Semanas posteriores, a la maravillosa noticia, asistí al control para comprobar el normal desarrollo del embarazo. Cómo de costumbre tomé turno los fines de semana para que esté presente mi pareja.
Asistimos al consultorio. Me realizó el eco respectivo y no había nada. No estaba embarazada. En el monitor no reflejaba absolutamente nada. Alguna composición química permitió que en los exámenes aparezca como si lo estuviera, pero en el vientre no había nada.
Oración
No podía creer lo que estaba viendo. Primero la ilusión del embarazo. La emoción emanada solo de pensar que un ser se está formando en mi vientre y que nos llenará de enorme alegría a nuestro hogar.
Luego, la desilusión, el llanto, el sufrimiento… Las perdidas siempre son dolorosas y difíciles de superar, pero el escenario es tan desesperante y angustiante. Uno no atina que hacer que pensar. Prefiero callar, no decir nada. Mi pareja está ahí y juega un papel preponderante. Me da cariño, confianza y seguridad de seguir adelante y no desmayar en el primer intento.
Elevo mis oraciones al cielo.
Señor bendito.
Tú conoces el deseo ferviente que tengo de ser madre.
Cada mañana me levanto pensando en la carita que tendrá mi hijo
Imagino sus ojos, su nariz, su cabello.
Lo miro, me mira, sonreímos.
Somos felices los dos, los tres.
Virgencita.
Tú sabes que este primer intento no funcionó.
Estoy desmoralizada, quebrada por dentro.
Dame la fuerza para seguir adelante.
Consuélame en tu regazo.
Seca mis lágrimas. Dame esperanza.
Fortaleza emocional
Nunca me hablaron de la fortaleza emocional que debía tener para afrontar el dolor y la angustia en el intento de ser madre. Empezando por el tiempo. Son tratamientos largos, mínimo de dos años. Y en ese transitar enfrentar una serie de perdidas. -Yo acabo de pasar por la primera pérdida, espero que sea la única-. No sé cuántas más me esperen. Prefiero no pensar en ello-.


Segundo intento
Me atormentaba la edad. Jamás pensé que el camino tendría con tantos vericuetos. Me destrozaba por dentro, pero al mismo tiempo me fortalecía.
Me tocó esperar el tiempo recomendado, como cinco meses más o menos, para volver a intentar. Y de ese segundo intento prefiero ya ni acordarme. Pasó de todo. Olvidé colocarme unos óvulos intravaginales. Se me heló la sangre cuando caí en cuenta de mi error. Aquella disciplina de inicio, disminuyó sin percibirlo.
En el quirófano, mi pareja me regresó a ver molesto, aunque nunca me reclamó. Estaba todo preparado, no podía postergar. El equipo médico realizó el procedimiento respectivo…
Luego del respectivo reposo, tuve una caída al salir del baño. Pasó de todo. Creo que mi estado de ánimo, angustia y desesperación estaba jugando en contra.
Me hice los exámenes respectivos y no, no estaba embarazada -ni en papeles como la primera vez-.
Cambiar la versión
Cuando regresé a la rutina laboral, mi tocaya y una colega me invitaron a compartir un café, pero su interés iba más allá de la simple cortesía. En ese instante, opté por ocultar la cruda verdad, por tejer una mentira que velara mi fracaso, mi quebranto interno.
Preferí desahogar mi dolor en soledad, refugiarme en la penumbra de mi habitación, donde el silencio se volvía mi único confidente, testigo mudo de mi desilusión. Ahí permitía que el llanto desgarrador me envolviera hasta que el sueño, cómplice de mi desconsuelo, me arropara en un abrazo de desesperanza.
Incrédula
Ya no creía en nada ni en nadie. Quería enviar todo al carajo, a la mierda -si cabe el termino-. No le hallaba sentido a mi vida.
Empecé a dudar de la capacidad del doctor. Indagué con la vicerrectora donde trabajé si mi ginecólogo la había atendido. Ella no logró concebir. Y si mi ginecólogo la atendió estaba perdiendo el tiempo. Así que le pregunté directamente si se hizo tratar con él. Esta fue su respuesta:
- “No, nunca hice ningún tratamiento con él. Lo conozco porque es amigo de mi hermano, pero no he sido su paciente”.
También, le consulté a mi antiguo ginecólogo. Me hizo un par de preguntas sobre el óvulo donado y su respuesta fue:
- “Sabes Karlita, te deseo siempre lo mejor y que tengas esa bendición en tu vientre. Espero que el siguiente intento logre concretarse. Ponle fe y ánimo. Mantén tu peso, come sano, haz yoga. El resto mi colega lo hará. Es decir, mantén la calma. Sigue intentando, no desesperes, no te deprimas eso también genera hormonas de estrés que complican la fecundación”.
Despejar las dudas respecto al profesionalismo de mi doctor me dieron serenidad y calma. Debía tener certezas o sino la zozobra y pesimismo me estaban superando.
Casémonos
Sin embargo, aparecieron otros temores. Me afligía la idea que mi pareja me deje al no poder concebir, que la relación se acabe, que se consiga una jovencita.
Le propuse que nos casáramos. Qué de pronto eso también debe estar influyendo para no quedar embarazada. Pero no tuvo respuesta positiva. Lo máximo que logré es que asista a una sesión con la terapeuta para que le explique cómo funciona la sicología en las mujeres.
Disciplina y nuevos hábitos
Una cosa debo reconocer que, a pesar de los bajones, de esos sube y baja emocionales jamás dejé de tomar las pastillas recetadas. Me discipliné a la hora de tomar las pastillas, las ingería a la hora exacta.
Además, bebía dos litros diarios de agua, fuera de las otras bebidas, con el fin de afectar lo menos posible a mis riñones.
Me costó generar el hábito de tomar agua. Era tan molestoso ir a cada rato al baño. O no tener uno cuando la necesidad apremiaba. Con el tiempo, me habitué. Formó parte de mi rutina al igual que la alimentación sana y el ejercicio.

